Imagina la escena… sientes un caos, una tormenta de emociones, el colapso es inminente. Nada de lo que pienses o racionalices ayuda a que te sientas mejor. Y aunque no lo sabes, lo que sucede es que te estás ahogando en un vaso de agua. El vaso se siente inmenso, profundo, el agua es helada y te sientes sumamente cansado de nadar sin sentido. No se ven orillas, islas, tierra… no logras ver algo que te de un poco de esperanza. Conforme pasa el tiempo te sientes más y más cansado y te preguntas si este es tu fina. Te dejas hundir y conforme más profundo llegas, el agua que te absorbe pesa toneladas. Volteas hacia arriba y a través del agua logras ver luz. De repente te das cuenta de que el agua de tu tormenta es cristalina, la luz viene de un Sol resplandeciente, hay nubes que forman figuras hermosas, sin sentido, pero hermosas. Tus pies tocan el fondo del vaso y se siente como si despertaras. Empieza tu ascenso, notas una extraña energía que te invade y no lo comprendes por que llevas días eternos hundiéndote. ¿De dónde salieron estas ganas? Es como si la luz te atrajera hacia ella. Y por fin llegas… tu cabeza sale del agua y respirar parece un milagro. Te da cuenta de que aun en el caos, nunca quisiste hundirte, sólo no alcanzabas a ver que el mar inmenso y feroz en el que viviste la tormenta era en realidad un vaso de una cuarto de litro. ¡Y qué tontería! ¿Cómo es que cabes ahí? Es más, ¿qué haces ahí?
Regresas la vista al cielo, un azul profundo, diferentes tonalidades, más y más nubes. Y mientras sigues maravillado, te das cuente de que ya no mueves tu cuerpo. Estás flotando, no pesas, fluyes ligero en el agua cristalina. Aun no tienes idea de cómo salir del vaso, pero tal vez aún no sea el momento de salir, piensas en que tal vez no has aprendido la lección de ese caos y tal vez, sólo tal vez, las nubes te ayuden a descifrarlo.
MRP*
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